Nació
en el seno de una familia aristocrática en la ciudad de Praga (Bohemia). Era
hija de un mariscal de campo del ejército austriaco. Desde
muy joven y a pesar de la ocupación de su padre, Bertha, se opuso con fuerza al
horror de la guerra. En uno de los países más militarizados de Europa, ella no
paró de reivindicar de forma incansable “abajo
las armas”. Así lo reconoció el comité que le otorgó el Premio Nobel de la
Paz en 1905, que destacó la gran influencia que la baronesa Von Suttner había
tenido en el crecimiento del movimiento pacifista internacional.
A
pesar del rechazo de su familia, Bertha se casó en Viena con un novelista e
ingeniero, que durante toda su vida acompañó a Bertha en la defensa de sus
ideales pacifistas.
El matrimonio, que vivía de una forma modesta, se trasladó a Paris, donde a través de un anuncio en el que se buscaba a una secretaria, Bertha conoció a Alfred Nobel. Sólo trabajó con él una semana, pero afianzaron una amistad que duró 20 años. El trabajo realizado a lo largo de su vida por la baronesa a favor de la paz fue lo que inspiró al filántropo sueco a la creación del Nobel de la Paz, hoy uno de los galardones con más prestigio en el mundo.
Su
determinación como activista entregada y enérgica a favor de la paz se fraguó
años antes, al entrar en contacto con la Asociación Internacional de Arbitraje
y Paz, una organización fundada en Londres en 1880, cuyos objetivos eran el uso
del arbitraje y la paz en los conflictos armados, en vez del uso de la fuerza.
Un concepto muy novedoso, ya que, durante generaciones en Europa, la principal
vía para solucionar los conflictos fue la utilización de las armas. A partir de
este momento, Bertha se convirtió en una ferviente militante del diálogo para
la resolución de conflictos.
Su labor fue incansable. Escribió libros,
intervino en foros internacionales, creó sociedades pacifistas en Austria,
Alemania y Hungría. Pero lo que le convirtió en un referente del movimiento
pacifista internacional fue la publicación en 1889 de su novela Abajo las armas. Más allá de sus valores
literarios, el verdadero mérito de esta obra es su contenido impactante, que
tuvo una influencia determinante en su tiempo. Nadie hasta entonces había
denunciado, de una manera tan rotunda y tan gráfica, el dolor, la maldad, la crueldad
de la guerra, la soledad de los soldados heridos y abandonados, la pesadilla
del campo de batalla, el pánico a la muerte. La novela no fue sólo un alegato
contra la guerra, sino que además denunciaba una serie de principios que
favorecían el espíritu belicista: la religión, que propiciaba la resignación;
la cobardía como deshonra y la concepción de la guerra como una forma más de
hacer política. La protagonista de su obra, Marta, lucha por cambiar los roles
tradicionales de la mujer; es instruida, alterna con intelectuales, al margen
de la clase social, no sólo no cree imprescindible que su esposo la proteja,
sino que no le importa mantenerlo con tal de que abandone la carrera militar.
La novela tuvo un impacto extraordinario en el público y el nombre de Bertha
von Suttner se convirtió en sinónimo de paz y antimilitarismo.
Su entregada labor le granjeó, también, el
respeto de los principales gobernantes europeos. Su influencia fue determinante
en las diferentes conferencias internacionales a favor de la paz e intervino en
todos los foros de la época. En 1899, en la primera Conferencia de Paz de La
Haya encabezó una delegación y fue la única mujer que intervino en el encuentro
que, felizmente, terminó con la creación de la Corte Permanente de Arbitraje,
origen de la Corte Internacional de Justicia, el principal órgano judicial de
Naciones Unidas.
Bertha von Suttner fue también una
europeísta. En el Congreso de la Paz, celebrado en Londres en 1908, repitió
hasta la saciedad que Europa es una y que la unificación del viejo continente
era el mejor remedio para evitar las catástrofes mundiales que empezaban a
intuirse.
Austria le ha rendido homenaje grabando su
retrato en las acuñaciones de la moneda de dos euros. Sus esfuerzos a favor de
la paz no cesaron hasta el final de su vida, en 1914, dos meses antes del
estallido de la Gran Guerra.
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