Este cuadro, obra de Antonio Gisbert, lo podemos
contemplar en el Museo del Prado y representa el momento de la ejecución de
José Mª Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga.
Antonio Gisbert
realizó esta obra en 1888 por encargo del gobierno liberal de Sagasta para
servir de ejemplo de la defensa de las libertades a generaciones futuras.
Antes de
pasar al comentario histórico, analizaré brevemente algunos rasgos estilísticos
y plásticos de la obra que nos ocupa:
Este óleo,
alegato de la libertad, está dentro del género denominado pintura de historia que tuvo una gran proliferación en la
producción artística española de la segunda mitad del siglo XIX. Jugaron
importante papel en este historicismo inherente al siglo las críticas
circunstancias históricas que le tocaron vivir a España durante el mismo, enfrentada a una
crisis de identidad nacional. Era el periodo del Romanticismo en el que se
recuperaba la temática épica, el paisaje y se exaltaban los actos heroicos del
pasado, en cuanto a lo que se refiere a la producción pictórica. Antonio
Gisbert y José Casado del Alisal fueron artistas cumbres del género y
mantenedores de una rivalidad que trascendió al público, puesto que los asuntos
que representaron llegaron a tener implicaciones políticas; los del primero de
clara orientación progresista y los del segundo más del gusto de los
conservadores.
Gisbert,
como observamos en la imagen, recurre al purismo academicista, cuida mucho más
el dibujo que el colorido y utiliza una gama de tonos fríos, recurso del que se
vale para resaltar el momento dramático que narra, el paisaje desdibujado y la
atmósfera vaporosa (muy característica del romanticismo inglés y alemán, como
por ejemplo, Friedrich) son recursos que utiliza para representar este momento
fúnebre. En cuanto a la composición, los prisioneros se alinean en pie y
maniatados, mientras que en primer plano vemos los cadáveres de los primeros
ajusticiados, lo cual nos recuerda a los fusilamientos del 2 de mayo de Goya;
la disposición de alguno de estos cuerpos abatidos, difuminados en el óleo,
vislumbra cierta influencia de la fotografía. Pero uno de los elementos más
interesantes de la composición es la facilidad de Gisbert para captar la
psicología y los sentimientos de cada personaje. Todo lo anteriormente expuesto
sirve al autor para representar el desagradable hecho que acontece y nos
anticipa el fatal desenlace.
Desde el
punto de vista histórico, primeramente analizaremos los antecedentes del hecho
representado, es por ello que nos remontaremos a la Guerra de la Independencia
española.
El
levantamiento popular que tuvo lugar en Madrid el 2 de mayo de 1808 con motivo
de la marcha de la familia real a Bayona, señala el comienzo de la Guerra de la
Independencia (resistencia armada a la dominación francesa). Frente a la
pasividad de la nobleza y la sumisión de las Instituciones esta resistencia
adquiere carácter popular. Al lado del eminente deseo de mantener la
independencia del país, el reformismo político y social se convierte en uno de
los objetivos principales de la lucha. El deseo de reformas es patente en las
decisiones de cada una de las Juntas Provinciales y luego de la Junta Central
Suprema, que asumen la representación del pueblo español.
En el otoño
de de 1813, Napoleón, vencido en la batalla de Leipzig, decidió retirar todas
sus fuerzas de España. Por el tratado de Valençai en el mismo año Fernando VII,
volverá a suelo español e iniciará su reinado efectivo. Su vuelta supuso el
inicio de una represión política que sería el rasgo esencial del periodo puesto
que nada más llegar a Madrid en mayo de 1814, el rey procedió a firmar órdenes
de destierro contra todos los liberales. La actuación del monarca que nunca fue
capaz de comprender nada de lo ocurrido en su ausencia, y evidentemente no
entendió la grave situación por la que atravesaba el reino y su desconfianza le
llevó a recelar de todos los hombres valiosos que pudieran hacerle sombra, tuvo
como característica incapacidad a la hora de elegir a sus consejeros y por eso
entre sus ministros hubo casos manifiestos de incompetencia. En los meses
siguientes a la proclamación de la monarquía absoluta se intentaron restablecer
las instituciones y modos del Antiguo Régimen. Pero la forma de gobierno
absolutista practicada por Fernando VII incrementó los males existentes, pues
no condujo a la estabilidad sino que se convirtió en su antítesis y los
pronunciamientos no cesaron a pesar de sus fracasos, hasta que el comandante
Rafael Riego sublevó en Cabezas de San Juan (1820), lo que supuso una erupción
de pronunciamientos en la periferia urbana con la consiguiente proclamación de
la Constitución. Finalmente Fernando VII aceptó el triunfo del pronunciamiento
y se avino a jurar la Constitución de 1812 y a convocar Cortes con arreglo a
ella.
El triunfo
de Riego permitió que por primera vez el liberalismo ejerciese el poder como
consecuencia del impulso propio y no de las circunstancias de la invasión
francesa de 1808. Pero esta segunda etapa liberal estuvo marcada por la
conflictividad política y por el hecho de que desde el principio quedó clara la
poca disposición del rey a colaborar con el régimen. Es por ello que los
intentos conspiratorios del liberalismo se recrudecieron y volvieron los
pronunciamientos como el protagonizado por Espoz y Mina, pero ninguno tuvo
tanta repercusión, pese a su fracaso, como el ejecutado por José Mª Torrijos,
protagonista del cuadro que comentamos. Torrijos fue paje de Carlos IV con solo
diez años, tuvo gran protagonismo en la Guerra de la Independencia y abogó por
la vuelta de la Constitución. En 1823 llegó a ser Ministro de la Guerra (Trienio Liberal
1820-1823), pero ese mismo año con la restauración del absolutismo, tuvo que
trasladarse a Marsella y de allí a Gran Bretaña. En 1830 se trasladó a
Gibraltar; desde allí pensaba saltar a España y acabar con el absolutismo
contando con la ayuda de Vicente López Moreno, gobernador de Málaga que le
traicionó propiciando que las embarcaciones en las que pretendían llegar a las
playas de Málaga fueran sorprendidas por las tropas realistas. Hay accidentadas
crónicas de cómo fueron las persecuciones, el cerco, apresamiento y ejecución
de Torrijos y sus compañeros eran las playas de San Andrés en Málaga y de cómo
fueron sus últimos momentos; de hecho el cuadro que comentamos nos deja
testimonio de cómo aquel 11 de diciembre de 1831 el naciente liberalismo
español sufrió un duro golpe.
El último
periodo del reinado de Fernando VII (1823- 1833) es conocido por la
historiografía como “La Década Ominosa”. De nuevo se suprimió la Constitución,
se restablecieron todas las instituciones de carácter absolutista excepto la
Inquisición y se perdieron la mayoría de las colonias americanas. No será hasta
el reinado de Isabel II, hija de Fernando VII, cuando se consolide en España el
Estado Liberal, transformándose la antigua monarquía absoluta en otra
parlamentaria, aunque con muchas interrupciones y sobresaltos.
Finalmente,
a modo de conclusión, diremos que en Andalucía había un gran grupo de liberales
que en esta época esperaban el levantamiento, como por ejemplo Mariana Pineda,
ajusticiada en el mismo que Torrijos por defender las libertades.
Durante
buena parte del turbulento siglo XIX, Málaga fue cuna de varios levantamientos
en pro de un régimen más liberal.
Aun en estas
fechas, malagueños de cierta edad recuerdan esta canción: “Si Torrijos murió fusilado, no fue por pillo ni ladrón, fue con la
espada en la mano defendiendo La Constitución”
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