Bleak
House - Casa desolada- es la novena novela de
Charles Dickens, publicada entre marzo de 1852 y septiembre de 1853. Es considerada una de sus mejores y
más completas novelas.
En esta obra asistimos al ataque de Dickens al sistema judicial inglés, basado, en parte, en su propia experiencia como empleado de
leyes. Volvemos a ver una crítica feroz del autor a la sociedad
inglesa de la época.
En la novela, la protagonista es Esther
Summerson, una joven que creció sin sus padres porque éstos la abandonaron al
nacer. Aunque por ese entonces el destino no la favoreció, tiempo después esta
muchacha tuvo su merecida revancha al convertirse en protegida de John
Jarndyce, un poderoso caballero de buenos sentimientos que lleva años
aguardando que la justicia londinense, a través del Tribunal de la Cancillería,
resuelva el caso de una herencia.
Además de vivir con Esther, este hombre
comparte su residencia con sus primos Ada Clare y Richard Carstone, dos
adolescentes huérfanos a quienes desea ayudar desde que, a causa de la
complicada disputa legal cuya resolución parece no llegar nunca, quedaron sin
recursos.
Las vivencias de cada uno de ellos y la
aparición de otros singulares personajes, hacen de Casa desolada una propuesta fascinante de perfil policial
donde el humor, la tragedia, el misterio, la crueldad y la bondad se conjugan
para dar origen a un impresionante relato que, desde que se dio a conocer, ha
cautivado a generaciones enteras de lectores.
De todas formas, lo que nos interesa de esta novela es el contexto histórico en el que está ambientado, la Inglaterra de la Revolución Industrial. Dejamos, a continuación, una breve descripción que hace Dickens de la ciudad de Londres:
“Londres – escribe Dickens en “Casa
desolada”-: Un tiempo implacable de noviembre. Tanto barro en las
calles como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la Tierra y no fuera nada extraño
encontrarse con un megalousaurio de unos 40 pies chapaleando como un
lagarto gigantesco Colina de Holborn arriba”,
“Humo que baja de los sombreretes de las
chimeneas – prosigue Dickens – creando una llovizna
negra y blanda de copos de hollín del tamaño de verdaderos copos de nieve, que
cabría imaginar de luto por la muerte del sol. Perros invisibles en el fango.
Caballos, poco menos que enfangados hasta las anteojeras.
Peatones que entrechocan sus paraguas, en una
infección general de mal humor, que se resbalan en las esquinas, donde decenas
de miles de otros peatones llevan resbalándose y cayéndose desde que amaneció (si cupiera decir que ha amanecido) y añaden nuevos sedimentos a las costras
superpuestas de barro, que en esos puntos se pega tenazmente al pavimento y se
acumula a interés compuesto”.
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