En la Hemeroteca del diario ABC hemos rescatado este artículo de un tema que, en su momento, hablamos en clase: la posible relación que existió entre el famoso pintor aragonés, Goya, y la aristócrata de la Casa de Alba. En este artículo se desmonta esta "leyenda urbana" que ha llegado hasta nuestros días y de la que se han hecho eco tanto el cine como algunos manuales y novelas históricas.
ABC. 25/01/2007. Natividad Pulido
Hay noticias que si no son realidad
merecerían serlo. La historia de amor entre la duquesa de Alba y Goya es una de
ellas. No dejes que la verdad te estropee una buena noticia, reza un irónico
axioma periodístico. Pues bien, Manuela Mena, jefe del área de conservación de
pintura del siglo XVIII y Goya del Museo del Prado, desmonta uno de los mitos
románticos por excelencia: el romance entre el pintor aragonés y la noble más
aristocrática de España. Desde el siglo XIX se fue fraguando esta leyenda, que
se siguió alimentando en el siglo XX y ha llegado a nuestros días. Cineastas
como Carlos Saura («Goya en Burdeos») o Bigas Luna («Volaverunt») no se han
resistido a llevar a la gran pantalla esta historia. Un gran bluf parece ser,
pues desvela Mena que se trata tan sólo de «una leyenda urbana», sin ningún
fundamento histórico. «He querido publicar el hecho, no la leyenda», dice con
rotundidad. Es una de las conclusiones a la que se ha llegado en un vasto y
exhaustivo estudio de investigación, recogido ahora en una publicación, que fue
presentada ayer a la prensa. Su título, «La duquesa de Alba, «musa» de Goya»
(El Viso). Este libro tiene su origen en la histórica visita al Prado en 2004
de los célebres retratos de la duquesa de Alba pintados por Goya. Se vieron por
fin cara a cara estos cuadros, cedidos por la Casa de Alba y la Hispanic
Society de Nueva York. Se aprovechó la ocasión para estudiarlos a fondo y hacer
un pequeño ensayo. Pero las investigaciones de Manuela Mena, en colaboración
con la historiadora alemana Gudrun Mühle-Maurer, fueron creciendo. Ambas
hallaron importante documentación inédita sobre los años que vinculan a Goya
con «la de Alba» y aquel modesto ensayo se fue convirtiendo en una ambiciosa
publicación. «Siempre se han vinculado mitos y leyendas a esta historia, dice
Miguel Zugaza, director del Prado. Con este estudio reposado, se establece una
relación entre Goya y la duquesa más real y rigurosa».
Hechos a
favor y en contra
Hay hechos que han apoyado
tradicionalmente la tesis de la relación amorosa entre Francisco de Goya y
María Teresa del Pilar Cayetana de Silva. En uno de los retratos citados (en el
que está vestida de negro), la duquesa señala con su dedo la inscripción «Solo
Goya». Además, lleva en sendos anillos los apellidos Goya y Alba. Se ha dicho
que, tras la muerte del duque de Alba, su viuda fue más alegre de lo debido y
que entre los que pasaron para consolarla por su palacio de Sanlúcar de
Barrameda estaba Goya. Hay quienes han visto el rostro de la noble, y su
cuerpo, en la «Maja desnuda». Otros han interpretado estampas como «Volaverunt»
(Caprichos) o «Sueño de la mentira y la ynconstancia» como la reacción de un
Goya rechazado por una duquesa voluble. En una carta a su amigo Martín Zapater,
le cuenta el maestro aragonés que la duquesa había ido a su estudio a que le
maquillase la cara.
¿Son pruebas concluyentes del romance?
Manuela Mena cree que no, aunque para ser justos las que ella aporta tampoco
concluyen lo contrario. Advierte una desigualdad de clase y educación entre
ambos, una gran diferencia de edad (ella era 18 años menor), él estaba ya
sordo... No se conservan cartas cruzadas entre ellos y la única referencia que
hay del aprecio de Goya por la duquesa, dice la historiadora, es que en 1797
ella incluye en su testamento a Javier, el hijo del artista, entre sus
herederos. No demuestra nada, añade, porque también incluye a criados y
asistentes. Cree que el pintor estaba al mismo nivel que otras personas que rodeaban
a los duques: el bibliotecario, el médico, el mayordomo... Mena defiende la
teoría de que la admiración de Goya por su mecenas era la misma que tenían
varios poetas, como Juan Meléndez Valdés, Juan Bautista Arriaza y Manuel José
Quintana, quienes le dedicaron encendidos y arrebatados poemas de amor a la
duquesa, que se reproducen en el libro en un capítulo especial. «Era una mujer
atractiva, espectacular, llena de poder, y los artistas la elevan como una
diosa, Silvia (en alusión a su apellido Silva). Goya me parece el más frío al
representar a la duquesa. Creo que no estuvo enamorado de ella. Sólo trató de
sacar lo mejor de ella», advierte la historiadora, quien confiesa: «Nunca creí
que iba a verme metida en este tema. Algunos de mis mayores (maestros) sí
admitían la relación amorosa entre ellos».
Entre la documentación inédita que han
manejado Mena y Mühle-Maurer, hallada en el Archivo General del Palacio y en el
Archivo Histórico de Protocolos, así como en varias bibliotecas, destaca una
carta (estaba en la biblioteca de José María Cervelló, hoy en el Prado) que
Carlos Pignatelli, hermanastro de la duquesa (hijo del segundo marido de su
madre) y primo del duque, envía desde Sanlúcar de Barrameda al duque de
Granada. En la posdata, la duquesa de Alba escribe de puño y letra un pequeño
texto, en el que desvela su gran amor por su marido y la desolación en la que
quedó sumida tras su muerte. Dice textualmente así: «Q.do Primo y amigo el dolor que despedaza mi corazon no me permite el
escribir pero si espero que en mi reuniras la confiansa y amista que tenias con
mi nunca bien ponderado Pepe. compadeceme y manda cuanto quieras a la mas
desgraciada de cuantas an nacido». Las especulaciones que la tildaban de
viuda alegre, dice Mena, carecen de credibilidad.
Como carecen de credibilidad, en su
opinión, las interpretaciones que se han hecho de los dos retratos de la
duquesa. Propone otras nuevas. En el de la Casa de Alba, que pudo estar en el
Palacete de la Moncloa, el dedo lo dirige a sus tierras y no a la firma del
pintor, como se ha dicho. En cuanto a la dedicatoria («A la duquesa de Alba»),
cree que es tan sólo el homenaje de Goya a su belleza, gracia y elevada
alcurnia. Dedicó otros cuadros, pero siempre a hombres. En el caso del retrato
de la Hispanic, dice que la mantilla no es un hecho que revele casticismo, sino
que subraya, al igual que el fajín de capitán general que lleva, el poder en
sus regimientos. En cuanto a la inscripción «Solo Goya», que ella señala con el
dedo, lo entiende Manuela Mena no como una declaración de amor, sino como «sólo
me pinta Goya, el artista más grande».
Entre la documentación inédita se han
hallado facturas que han permitido, entre otras cosas, determinar la
importancia de algunos encargos y fijar una nueva datación de los Caprichos
(pudo comenzarlos en 1794 y no entre 1797-98), y de los álbumes de Sanlúcar y
Madrid. También hay un estudio en profundidad del testamento de la duquesa.
Sólo queda saber cómo acogerán sus colegas esta nueva interpretación de Manuela
Mena. La de «Las Meninas» fue duramente rebatida por Jonathan Brown.
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